Advent Review y Sabbath Herald d. 4. enero 1906

de retorno

Una lección objetiva

Una lección objetiva

Los comienzos de la apostasía de Salomón pueden rastrearse hasta muchas al parecer pequeñas desviaciones de los principios correctos. La asociación con mujeres idólatras no fue de ningún modo la única causa que motivó su caída. Entre las causas principales que condujeron a Salomón a la extravagancia y la opresión tiránica, se encuentra el proceso por el cual desarrolló y alentó un espíritu de codicia.

En los días del Israel antiguo, cuando Moisés, al pie del Sinaí, dio al pueblo la orden divina: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8), la respuesta de los israelitas fue acompañada por donativos apropiados. “Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad” (Éxodo 35:21), y trajeron ofrendas. Para la construcción del santuario se requirieron grandes y costosos preparativos; se necesitó una gran cantidad de los materiales más costosos y caros; sin embargo, el Señor aceptó únicamente las ofrendas voluntarias. “De todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda” (Éxodo 25:2), fue la orden divina repetida por Moisés a la congregación. La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio fueron los primeros requisitos necesarios en la preparación de una morada para el Altísimo.

Un llamamiento similar al sacrificio de sí mismo se hizo cuando David encomendó a Salomón la responsabilidad de 198construir el templo. David preguntó a la multitud reunida que había llevado sus donativos liberales: “¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” 1 Crónicas 29:5. Los que tenían que ver con la construcción del templo debían recordar siempre este llamamiento.

Hombres escogidos fueron capacitados especialmente por Dios con habilidades y sabiduría para la construcción del tabernáculo del desierto. “Y dijo Moisés a los hijos de Israel: Mirad, Jehová ha nombrado a Bezaleel... de la tribu de Judá y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte... Y ha puesto en su corazón el que pueda enseñar, así él como Aholiab... de la tribu de Dan; y los ha llenado de sabiduría de corazón, para que hagan toda obra de arte y de invención, y de bordado... y en telar, para que hagan toda labor, e inventen todo diseño”. Éxodo 35:30-35. “Así, pues, Bezaleel... y todo hombre sabio de corazón a quien Jehová dio sabiduría e inteligencia... harán todas las cosas que ha mandado Jehová”. Éxodo 36:1. Las inteligencias celestiales cooperaron con los obreros a quienes Dios mismo había elegido.

Los descendientes de esos hombres heredaron una gran parte de la habilidad concedida a sus antepasados. En las tribus de Judá y de Dan había hombres considerados especialmente “entendidos” en artes y oficios. Por un tiempo estos hombres permanecieron humildes y desinteresados; pero en forma gradual, casi imperceptiblemente perdieron su asidero en Dios y en su verdad. Comenzaron a pedir sueldos más altos a causa de su habilidad superior. En algunos casos su pedido fue concedido, pero muy a menudo los que pedían sueldos más elevados encontraron empleo en las naciones circundantes. En lugar del noble espíritu de abnegación que había llenado los corazones de sus ilustres antecesores, ellos alentaron un espíritu de avaricia, de codiciar cada vez más bienes. Sirvieron a reyes paganos con las habilidades que Dios les había dado, y deshonraron a su Creador.

Salomón buscó entre esos apóstatas un supervisor para que dirigiera la construcción del templo en el Monte Moríah. El rey había recibido especificaciones detalladas, por escrito, concernientes a cada parte de la estructura sagrada, y él debería haber confiado en Dios para la búsqueda de colaboradores consagrados, a quienes se habría concedido habilidades especiales para realizar con exactitud la obra requerida. Pero Salomón perdió de vista su oportunidad de ejercer fe en Dios. Acudió al rey de Tiro en busca de “un hombre hábil que sepa trabajar en oro, en plata, en bronce, en hierro, en púrpura, en grana y en azul, y que sepa esculpir con los maestros... en Judá y en Jerusalén”. 2 Crónicas 2:7.

El rey fenicio respondió enviándole a Hiram-abi, “un hombre hábil y entendido..., hijo de una mujer de las hijas de Dan, mas su padre fue de Tiro”. 2 Crónicas 2:13, 14. Este contramaestre, Hiram-abi, era un descendiente, por la línea materna, de Aholiab, a quien, cientos de años antes, Dios había concedido sabiduría especial para la construcción del tabernáculo. De este modo, al frente de la compañía de obreros de Salomón, se había colocado a un hombre no santificado, que pedía una remuneración superior debido a su habilidad excepcional.

Los esfuerzos de Hiram-abi no estaban motivados por un deseo de prestar su mejor servicio a Dios. Servía al Dios de este mundo: Mammón. Las mismas fibras de su ser se habían impregnado con el principio del egoísmo, lo cual se manifestaba en su codicia por una remuneración superior. Y estos principios errados, gradualmente llegaron a ser compartidos por sus asociados. Al trabajar con él día a día, cedieron a la tentación de comparar su remuneración con la de él, y comenzaron a perder de vista el carácter santo de su obra, y a insistir en la diferencia que había entre su sueldo y el suyo. Poco a poco perdieron su espíritu de abnegación y alentaron 200un espíritu de codicia. El resultado fue la exigencia de un salario mayor, el cual les fue concedido.

La influencia perjudicial puesta en marcha al emplear a este hombre de espíritu codicioso, compenetró todas las ramas del servicio del Señor, y se extendió por todo el reino de Salomón. Los sueldos elevados exigidos y recibidos dieron a muchos la oportunidad de entregarse al lujo y a la extravagancia. Esta situación produjo efectos a largo plazo, y puede considerarse una de las causas principales de la terrible apostasía de aquel que una vez fue el más sabio de los mortales. El rey no estaba solo en su apostasía. En todos lados podía verse la extravagancia y la corrupción. Los pobres eran oprimidos por los ricos; el espíritu de abnegación en el servicio de Dios casi había desaparecido.

Esto constituye una lección importantísima para el pueblo de Dios de la actualidad: una lección que muchos tardan en aprender. El espíritu de codicia, de búsqueda de la posición más elevada y del sueldo más alto, abunda en el mundo. Se encuentra demasiado poco el antiguo espíritu de abnegación y sacrificio personal. Pero éste es el único espíritu que puede animar a un verdadero seguidor de Jesús. Nuestro Maestro divino nos dio un ejemplo acerca de la forma como hemos de trabajar. Y a los que dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19), no les ofreció una suma determinada de dinero como recompensa por sus servicios. Debían compartir con él su abnegación y sacrificio.

Los que pretenden ser seguidores del Maestro de los obreros, y que entran a su servicio como colaboradores con Dios, deben poner en su obra la exactitud y la habilidad, el tacto y la sabiduría, que el Dios de perfección requirió en la edificación del santuario terrenal. Y ahora, tal como en aquel tiempo y en los días del ministerio terrenal de Cristo, la devoción a Dios y el espíritu de sacrificio deberían considerarse como los primeros requisitos de un servicio aceptable. Dios quiere que ni un solo hilo de egoísmo sea tejido en su obra.

Debería considerarse con mucho cuidado el espíritu que predomina en las instituciones del Señor. Estas instituciones fueron fundadas con abnegación, y han ido creciendo mediante los dones abnegados del pueblo de Dios y el trabajo dedicado de sus siervos. Todo lo que se relaciona con el servicio de las instituciones debería llevar la aprobación del cielo. Debería cultivarse y estimularse un sentido de la santidad de las instituciones de Dios. Los obreros deberían humillar sus corazones delante del Señor, y reconocer su soberanía. Todos deben vivir de acuerdo con los principios de la abnegación. Cuando el obrero genuino y abnegado, con su lámpara espiritual bien acondicionada y ardiendo, se esfuerza desinteresadamente por promover los intereses de la institución en la cual trabaja, tendrá una experiencia valiosa, y estará en condiciones de decir: “Verdaderamente el Señor está en este lugar”. Sentirá que le asiste un gran privilegio al permitírsele proporcionar a la institución del Señor su habilidad, sus servicios y su vigilancia incansable.

En los primeros días del mensaje del tercer ángel, los que establecieron nuestras instituciones y los que trabajaron en ellas, estaban movidos por elevados sentimientos de abnegación. Como remuneración por su esforzado trabajo, recibían no más que una mera pitanza, a duras penas suficiente para sostenerse magramente. Pero sus corazones habían sido bautizados por el ministerio del amor. La recompensa de una liberalidad integral se advertía claramente en su estrecha comunión con el Espíritu del Maestro de los obreros. Practicaban la economía más estrecha a fin de que tantos obreros como fuera posible pudieran plantar el estandarte de la verdad en nuevos lugares.

Pero con el tiempo se produjo un cambio. El espíritu de sacrificio no fue tan evidente. En algunas de nuestras instituciones los sueldos de unos pocos obreros se aumentaron en forma irrazonable. Los que recibieron estos sueldos 202sostenían que merecían una suma mayor que otros, debido a sus talentos superiores. ¿Pero quién les dio sus talentos y su habilidad? Con el aumento de las remuneraciones se produjo un aumento constante de la codicia, que es idolatría, y una decidida declinación de la espiritualidad. Se introdujeron males evidentes y Dios fue deshonrado. Las mentes de muchas personas que contemplaban esa codicia por sueldos cada vez más elevados, quedaron corrompidas por la duda y la incredulidad. Principios extraños, como levadura maligna, compenetraron casi todo el cuerpo de creyentes. Muchos cesaron en la práctica de la abnegación, y no pocos retuvieron sus diezmos y ofrendas.

Dios en su providencia llamó a realizar una reforma en su obra sagrada, la cual debía comenzar en el corazón, y de allí obrar hacia el exterior. Algunos que continuaron ciegamente estimando muy alto sus servicios, fueron despedidos. Otros recibieron el mensaje que se les daba, se volvieron a Dios de todo corazón y aprendieron a aborrecer su espíritu codicioso. Hasta donde les fue posible, se esforzaron por dar el debido ejemplo al pueblo, reduciendo voluntariamente su sueldo. Comprendieron que nada menos que una transformación completa de la mente y el corazón los salvaría de ser arrastrados por alguna tentación dominante.

La obra de Dios es una sola en toda su amplia extensión, y en todas partes debería estar controlada por los mismos principios, y en todas sus divisiones debería manifestarse el mismo espíritu. Debería llevar el sello de la obra misionera. Cada departamento de la causa se relaciona con todas las partes del campo evangélico, y el espíritu que controla un departamento se sentirá a través de todo el campo. Si una parte de los obreros recibe sueldos mayores, hay otros, en diferentes ramas de la obra, que pedirán remuneraciones más elevadas, y así desaparecerá gradualmente el espíritu de 203sacrificio. Otras instituciones y asociaciones manifestarán ese mismo espíritu, y el favor del Señor les será quitado, porque él no puede aprobar el egoísmo. En esta forma se detendrá nuestra obra agresiva. Esta podrá hacerse avanzar únicamente por medio del sacrificio constante.

Dios probará la fe de cada alma. Cristo nos ha comprado mediante un sacrificio infinito. Aunque era rico, se empobreció por amor a nosotros, para que nosotros, a través de su pobreza, pudiésemos poseer las riquezas eternas. Toda la habilidad y la capacidad intelectual que poseemos nos han sido prestadas por el Señor para que las utilicemos para él. Tenemos el privilegio de participar con Cristo en su sacrificio.

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