Advent Review y Sabbath Herald d. 20. marzo 1894

de retorno

Cristo, el centro del mensaje

Cristo, el centro del mensaje

El mensaje del tercer ángel demanda la presentación del día de reposo del cuarto mandamiento, y esta verdad debe ser presentada delante del mundo. Sin embargo, el gran centro de atracción, Jesucristo, no debe ser dejado fuera del mensaje del tercer ángel. Muchos que se han ocupado en la obra para este tiempo han dejado a Cristo en segundo plano, y han dado el primer lugar a teorías y argumentos. No se ha hecho resaltar la gloria de Dios que fue revelada a Moisés en cuanto al carácter divino. El Señor dijo a Moisés: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. Éxodo 33:19. “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá per inocente al malvado”. Éxodo 34:6, 7.

Pareciera que hubiese habido un velo delante de los ojos de muchos que han trabajado en la causa, de modo que, al presentar la ley, revelaban que no habían visto a Jesús, y no proclamaron el hecho de que, cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Es en la cruz donde la 450misericordia y la verdad se encuentran, donde la justicia y la paz se besan. El pecador siempre debe mirar hacia el Calvario, y con la sencilla fe de un niñito, debe descansar en los méritos de Cristo, aceptando su justicia y creyendo en su misericordia. Los que se ocupan en la causa de la verdad, debieran presentar la justicia de Cristo, no como una luz nueva, sino como una preciosa luz que por un tiempo ha sido perdida de vista por la gente. Hemos de aceptar a Cristo como a nuestro Salvador personal, y él nos imputa la justicia de Dios en Cristo. Repitamos y hagamos resaltar la verdad que ha descrito Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:10.

En el amor de Dios se ha manifestado la más maravillosa veta de verdad preciosa, y los tesoros de la gracia de Cristo están expuestos a la iglesia y al mundo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito...”. Juan 3:16. ¡Qué amor es éste, qué maravilloso e insondable amor, capaz de inducir a Cristo a morir por nosotros mientras todavía éramos pecadores! ¡Qué pérdida es para el alma que comprende las poderosas demandas de la ley y que, sin embargo, falla en comprender la gracia de Cristo que sobreabunda! Es cierto que la ley de Dios revela el amor de Dios cuando es predicada como la verdad en Jesús, pues el don de Cristo para este mundo culpable debe tratarse ampliamente en cada sermón. No es de admirarse que los corazones no hayan sido subyugados por la verdad, puesto que ha sido presentada en una forma fría y sin vida. No es de admirarse que la fe haya vacilado ante las promesas de Dios, puesto que los ministros y obreros han dejado de presentar a Jesús en su relación con la ley de Dios. ¿Con cuánta frecuencia debieran haber asegurado a los oyentes que “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, 451¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Romanos 8:32.

Satanás se esfuerza para que los hombres no vean el amor de Dios que lo indujo a dar a su Hijo unigénito para salvar a la raza perdida, pues es la bondad de Dios la que guía a los hombres al arrepentimiento. ¡Oh! ¿Cómo podremos tener éxito en presentar ante el mundo el profundo y precioso amor de Dios? En ninguna otra forma podemos lograrlo sino exclamando: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Digamos a los pecadores: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Presentando a Jesús como el representante del Padre, podremos desvanecer la sombra que Satanás ha proyectado sobre nuestra senda a fin de que no veamos la misericordia y el amor de Dios, el inexpresable amor de Dios tal como se manifiesta en Jesucristo.

Contemplad la cruz del Calvario. Es una garantía permanente del ilimitado amor, la inconmensurable misericordia del Padre celestial. Ojalá todos se arrepintieran e hicieran sus primeras obras. Cuando hagan esto las iglesias, amarán a Dios por sobre todas las cosas y a sus prójimos como a sí mismos. Efraín no envidiará a Judá, y Judá no vejará a Efraín. Entonces serán curadas las divisiones, no se oirán más los sonidos ásperos de la contienda en los confines de Israel. Mediante la gracia que les es dada gratuitamente por Dios, todos procurarán contestar la oración de Cristo: que sus discípulos sean uno, así como él y el Padre son uno. La paz, el amor, la misericordia, y la benevolencia serán los principios permanentes en el alma. El amor de Cristo será el tema de cada lengua, y no dirá más el Testigo fiel: “Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” 452Apocalipsis 2:4. El pueblo de Dios habitará en Cristo, será revelado el amor de Jesús, y un Espíritu animará todos los corazones regenerando y renovando a todos a la imagen de Cristo, modelando de igual manera todos los corazones. Como ramas vivientes de la Vid verdadera, todos se unirán con Cristo: la cabeza viviente. Cristo morará en cada corazón, guiando, consolando, santificando y presentando al mundo la unidad de los seguidores de Jesús, lo que así dará testimonio de que las credenciales celestiales son proporcionadas a la iglesia remanente. La unidad de la iglesia de Cristo demostrará que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo.

Cuando los hijos de Dios son uno en la unidad del Espíritu, todo farisaísmo, toda justicia propia, que fueron el pecado de la nación judía, se eliminarán de su corazón. El molde de Cristo estará en cada miembro individual de su cuerpo, y su pueblo será odres nuevos en los cuales él pueda vaciar su vino nuevo, y el vino nuevo no romperá los odres. Dios hará conocer el misterio que ha estado oculto durante siglos. Hará saber cuáles son “las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27) también se citan los versículos 28 y 29.

Jesús vino para impartir el Espíritu Santo al alma humana. Mediante ese Espíritu, el amor de Dios es difundido en el corazón, pero es imposible conceder el Espíritu Santo a los hombres que están cristalizados en sus ideas, cuyas doctrinas son todas estereotipadas e inmutables, que caminan de acuerdo con las tradiciones y mandamientos de los hombres, como lo hicieron los judíos en el tiempo de Cristo. Ellos eran muy minuciosos en los ritos de la iglesia, muy rigurosos en seguir sus formas, pero estaban destituidos de vitalidad y consagración religiosa. Fueron representados por Cristo como los cueros secos que entonces se usaban como recipientes. El Evangelio de Cristo no podía ser colocado en sus corazones, pues no había lugar para 453recibirlo. No podían ser los nuevos odres en los cuales él pudiera derramar su vino nuevo. Cristo estuvo obligado a buscar odres para su doctrina de verdad y vida entre otras personas que no eran los escribas y los fariseos. Tuvo que buscar hombres que estuvieran dispuestos a recibir la regeneración del corazón. Vino a dar nuevos corazones a los hombres. El dijo: “Os daré corazón nuevo”. Pero los que tenían justicia propia en aquellos días y los de estos días, no sentían ni sienten la necesidad de tener un corazón nuevo. Jesús pasó por alto a los escribas y fariseos porque no sentían la necesidad de un Salvador. Estaban adheridos a formas y ceremonias. Esos servicios habían sido instituidos por Cristo; habían estado llenos de vitalidad y belleza espiritual, pero los judíos habían perdido la vida espiritual de sus ceremonias y se aferraban a las formas muertas después de que la vida espiritual se había extinguido entre ellos. Cuando se apartaron de los requerimientos y mandamientos de Dios, procuraron reemplazar el lugar de lo que habían perdido multiplicando sus propios requisitos y haciendo demandas más rigurosas que las que había hecho Dios. Y mientras se hacían más rígidos, menos manifestaban el amor y el Espíritu de Dios. Cristo dijo al pueblo: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí”. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. 454Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. Mateo 23:2-7, 23.

La iglesia remanente está llamada a atravesar una experiencia similar a aquélla de los judíos; y el Testigo fiel, que anda en medio de los siete candeleros de oro, tiene un solemne mensaje que mostrar a su pueblo. El dice: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Apocalipsis 2:4, 5. El amor de Dios se ha estado desvaneciendo en la iglesia y, como resultado, el amor del yo ha surgido con renovado vigor. Con la pérdida del amor de Dios, ha venido la pérdida del amor por los hermanos. La iglesia puede corresponder con toda la descripción que se da de la Iglesia de Efeso, y sin embargo faltarle la piedad vital. De ella dice Jesús: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. Apocalipsis 2:2-4.

Se ha pensado que una religión legalista era la religión adecuada para este tiempo. Pero es un error. El reproche de Cristo para los fariseos es aplicable a los que han perdido su primer amor en su corazón. Una religión fría y legalista nunca puede conducir las almas a Cristo, pues es una religión sin amor y sin Cristo. Cuando el ayuno y la oración se practican con un espíritu de justicia propia, esto resulta algo abominable para Dios. La reunión solemne para el culto, la rutina de las ceremonias religiosas, la humillación externa, el sacrificio impuesto, todos proclaman al mundo el testimonio de que quien realiza esas cosas se considera justo. Esas cosas llaman la atención al que 455observa esos rigurosos deberes y dice: Este hombre tiene derecho al cielo. Pero todo es un engaño. Las obras no nos comprarán la entrada en el cielo. La única gran ofrenda que ha sido hecha es amplia para todos los que crean. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. El que bebe del agua de la fuente de la vida, estará lleno con el vino nuevo del reino. La fe en Cristo será el medio por el cual el espíritu y los motivos correctos moverán al creyente, y toda bondad e inclinación celestial procederán de aquel que contempla a Jesús, el autor y consumador de su fe. Confiad en Dios, no en los hombres. Dios es vuestro Padre celestial que está dispuesto a sobrellevar pacientemente vuestras debilidades, y a perdonarlas y curarlas. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3. Contemplando a Cristo, seréis transformados hasta el punto de que aborreceréis vuestro orgullo anterior, vuestra vanidad y vuestro amor propio anteriores, vuestra justicia propia e incredulidad. Os desprenderéis de esos pecados como de una carga inútil y caminaréis humilde, mansa y confiadamente delante de Dios. Os ejercitaréis en el amor, la paciencia, la delicadeza, la bondad, la misericordia y en toda gracia que mora en el hijo de Dios y que al fin encontrará un lugar entre los santificados y puros.

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