Advent Review y Sabbath Herald d. 5. abril 1906

de retorno

El verbo hecho carne

El verbo hecho carne

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:1-5, 14.

Este capítulo bosqueja el carácter y la importancia de la obra de Cristo. Como quien conoce el tema, Juan atribuye todo poder a Cristo y habla de su grandeza y majestad. Hace refulgir rayos divinos de preciosa verdad como la luz del sol. Presenta a Cristo como al único Mediador entre Dios y la humanidad.

La doctrina de la encarnación de Cristo en carne humana es un misterio, “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades”. Colosenses 1:26. Es el grande y profundo misterio de la piedad. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Juan 1:14. Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana, una naturaleza inferior a 290su naturaleza celestial. No hay nada que demuestre tanto como esto la maravillosa condescendencia de Dios. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Juan 3:16. Juan presenta este admirable tema con tal sencillez que todos pueden captar las ideas expuestas y ser iluminados.

Cristo no tomó la naturaleza humana en forma aparente. La tomó de verdad. En realidad, poseyó la naturaleza humana. “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo”. Hebreos 2:14. Era el hijo de María; era de la simiente de David de acuerdo con la ascendencia humana. Se declara de él que era hombre, el hombre Cristo Jesús. Escribe Pablo: “de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste [Cristo], cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo”. Hebreos 3:3.

Sin embargo, al paso que la Palabra de Dios habla de la humanidad de Cristo cuando estuvo en esta tierra, también habla decididamente de su preexistencia. El Verbo existía como un ser divino, como el eterno Hijo de Dios, en unión y unidad con su Padre. Desde la eternidad era el Mediador del pacto, Aquel en quien todas las naciones de la tierra, tanto judíos como gentiles, habían de ser benditas si lo aceptaban. “El Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Juan 1:1. Antes de que fueran creados los hombres o los ángeles, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios.

El mundo fue hecho por él, “y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:3. Si Cristo hizo todas las cosas, existió antes de todas las cosas. Las palabras pronunciadas acerca de esto son tan decisivas, que nadie debe quedar en la duda. Cristo era esencialmente Dios y en el sentido más elevado. Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre.

El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió desde la eternidad como una persona distinta, y sin embargo era uno con el Padre. Era la excelsa gloria del cielo. Era el Comandante de las inteligencias celestiales, y el homenaje de adoración de los ángeles era recibido por él con todo derecho. Esto no era robar a Dios. Declara: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada; no había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo”. Proverbios 8:22-27.*

Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo fue uno con el Padre antes de que se estableciera el fundamento del mundo. Esta es la luz que brilla en un lugar oscuro haciéndolo resplandecer con gloria divina y original. Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas que de otra manera serían inexplicables, al paso que está encerrada como algo sagrado en luz, inaccesible e incomprensible.

“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. Salmos 90:2. “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció”. Mateo 4:16.

Aquí la preexistencia de Cristo y el propósito de su manifestación a nuestro mundo se presentan como rayos vivientes de luz procedentes del trono eterno. “Rodéate ahora de muros, hija de guerreros; nos han sitiado; con vara 292herirán en la mejilla al juez de Israel. Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”. Miqueas 5:1, 2.

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado—declaró Pablo—, para los judíos ciertamente tropezadero y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”. 1 Corintios 1:23, 24.

Ciertamente es un misterio que Dios fuera así manifestado en la carne, y sin la ayuda del Espíritu Santo no podemos esperar comprender este tema. La lección más humillante que el hombre tiene que aprender es que la sabiduría humana es nada, y que es necedad el tratar de descubrir a Dios por sus propios esfuerzos. Puede esforzar sus facultades intelectuales al máximo, puede tener lo que el mundo llama una educación superior y, sin embargo, todavía puede ser ignorante a los ojos de Dios. Los antiguos filósofos se jactaban de su sabiduría, pero ¿cuánto peso tenía ésta en la balanza de Dios? Salomón tenía gran conocimiento, pero su sabiduría era necedad, porque no sabía cómo mantenerse moralmente independiente, libre del pecado, en la fortaleza de un carácter modelado según la similitud divina. Salomón nos ha dado el resultado de su investigación, de sus penosos esfuerzos, de su perseverante búsqueda. Declara que su sabiduría es completa vanidad.

El mundo no conoció a Dios por sabiduría. Su estimación del carácter divino, su imperfecto conocimiento de los atributos de Dios, no aumentaron ni expandieron su concepto mental. Su mente no se ennobleció en conformidad con la voluntad divina, sino que se sumergió en la más crasa idolatría. “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en 293semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. Romanos 1:22, 23. Este es el valor de todos los requisitos y del conocimiento apartados de Cristo.

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida—declara Cristo—; nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6. Cristo está investido con poder para dar vida a todas las criaturas. “Como me envió el Padre viviente—dice él—, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”. “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Juan 6:57, 63. Cristo no se refiere acá a su doctrina sino a su persona, a la divinidad de su carácter. El dice otra vez: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre”. Juan 5:25-27.

Dios y Cristo sabían desde el principio en cuanto a la apostasía de Satanás y a la caída de Adán por el poder engañador del apóstata. El propósito del plan de salvación era redimir a la raza caída, darle otra oportunidad. Cristo fue designado como Mediador desde la creación de Dios, designado desde la eternidad para ser nuestro sustituto y garantía. Antes de que fuera hecho el mundo, se dispuso que la divinidad de Cristo estuviera revestida de humanidad. “Me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5), dijo Cristo. Pero no vino en forma humana hasta que hubo expirado la plenitud del tiempo. Entonces vino a nuestro mundo como una criaturita en Belén.

A nadie nacido en el mundo, ni aun al más dotado de los hijos de Dios, jamás se le ha expresado tal demostración de gozo como la que saludó al recién nacido de Belén. Los 294ángeles de Dios entonaron sus alabanzas por las colinas y llanos de Belén. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:14. ¡Ojalá toda la familia humana hoy día pudiera reconocer este canto! La declaración que se hizo entonces, la nota que resonó, el himno que entonces comenzó, se ampliarán y se extenderán hasta el fin del tiempo, y resonarán hasta los confines de la tierra. Significan gloria para Dios, paz en la tierra, buena voluntad para los hombres. Cuando el Sol de Justicia se levante trayendo salud en sus alas, el himno que comenzó en las colinas de Belén repercutirá en la voz de una gran multitud, como la voz de muchas aguas, que dirá: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” Apocalipsis 19:6.

Por medio de su obediencia a todos los mandamientos de Dios, Cristo efectuó la redención de los hombres. Esto no fue hecho convirtiéndose [Cristo] en otro, sino tomando él mismo la humanidad. Así Cristo dio a la humanidad la posibilidad de existir gracias a lo que él hizo. La obra de la redención es poner a la humanidad en comunión con Cristo, efectuar la unión de la raza caída con la divinidad. Cristo tomó la forma humana para que los hombres pudieran ser uno con él, así como él es uno con el Padre; para que Dios amara al hombre como ama a su Hijo unigénito; para que los hombres pudieran ser participantes de la naturaleza divina y pudieran ser completos en Cristo.

El Espíritu Santo, que procede del unigénito Hijo de Dios, une al ser humano, cuerpo, alma y espíritu, con la perfecta naturaleza de Cristo divino-humana. Esta unión está representada por la unión de la vid y los sarmientos. El hombre finito está unido con la fortaleza de Cristo. Mediante la fe, la naturaleza humana queda asimilada con la naturaleza de Cristo. En Cristo, somos hechos uno con Dios.

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