Advent Review y Sabbath Herald d. 5. abril 1898
La perfecta leyLa perfecta ley
La ley de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es amplia en sus requerimientos. Cada principio es santo, justo y bueno. La ley impone a los hombres obligaciones frente a Dios. Alcanza hasta los pensamientos y sentimientos, y producirá una convicción de pecado en todo el que esté persuadido de haber transgredido sus requerimientos. Si la ley abarcara sólo la conducta externa, los hombres no serían culpables de sus pensamientos, deseos y designios erróneos. Pero la ley requiere que el alma misma sea pura y la mente santa, que los pensamientos y sentimientos estén de acuerdo con la norma de amor y justicia.
En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el juez se siente y se abran los libros. El vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la misma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento humano, nadie debe perder el cielo. Todo el 249que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nuevo pacto del Evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El Evangelio está constituido por las fragantes flores y los frutos que lleva.
Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectúa un cambio en el corazón. La fiel descripción de su verdadero estado, hecha por el profeta Natán, movió a David a comprender sus pecados y lo ayudó a desprenderse de ellos. Aceptó mansamente el consejo y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová—dijo él—es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”. Salmos 19:7-14.
El testimonio de Pablo es: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado [el pecado está en el hombre, no en la ley]? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un 250tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. Romanos 7:7-11.
El pecado no mató a la ley, sino que mató la mente carnal en Pablo. “Ahora estamos libres de la ley—declara él—, por haber muerto para aquélla en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”. Romanos 7:6. “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso”. Romanos 7:13. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Romanos 7:12. Pablo llama la atención de sus oyentes a la ley quebrantada y les muestra en qué son culpables. Los instruye como un maestro instruye a sus alumnos, y les muestra el camino de retorno a su lealtad a Dios.
En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justificación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras continúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel. Cuando el pecador examina el gran espejo moral, ve sus defectos de carácter. Se ve a sí mismo tal como es, manchado, contaminado y condenado. Pero sabe que la ley no puede, en ninguna forma, quitar la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá. La ley no es sino el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salvador que lleva los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calvario, muriendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu Santo le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrepienten de sus transgresiones. “Porque de tal manera 251amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16.
Individualmente, necesitamos prestar atención a un “Así dice Jehová”, como nunca lo hemos hecho antes. Hay hombres que son desleales a Dios, que profanan su santo día de reposo, que quieren hallar dificultades en las declaraciones más sencillas de la Palabra, que pervierten el verdadero significado de las Escrituras y que, al mismo tiempo, hacen esfuerzos desesperados para armonizar su desobediencia con las Escrituras. Pero la Palabra condena tales prácticas, así como condenó a los escribas y fariseos en los días de Cristo. Necesitamos saber qué es verdad. ¿Lo haremos como lo hicieron los fariseos? ¿Nos apartaremos del más grande Maestro que el mundo jamás haya conocido, para volvernos a las tradiciones, máximas y dichos de los hombres?
Hay muchas creencias que la mente no tiene derecho de albergar. Adán creyó la mentira de Satanás, las astutas insinuaciones contra el carácter de Dios. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Génesis 2:16, 17. Cuando Satanás tentó a Eva, le dijo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Génesis 3:1-5.
El conocimiento de la culpa era el que Dios no quería 252que tuvieran nuestros padres. Y cuando ellos aceptaron los asertos de Satanás, que eran falsos, se introdujeron en nuestro mundo la desobediencia y la transgresión. Esta desobediencia a la orden expresa de Dios, y este creer la mentira de Satanás, abrieron las compuertas a las aflicciones en el mundo. Satanás ha continuado la obra comenzada en el jardín del Edén. Ha trabajado vigilantemente para que el hombre acepte sus asertos como una prueba contra Dios. Ha trabajado contra Cristo contrariando los esfuerzos que Jesús hace para restaurar la imagen de Dios en el hombre e imprimir en su alma la similitud de Dios.
La creencia en una falsedad no convirtió a Pablo en un hombre bondadoso, tierno y compasivo. Era un fanático religioso, grandemente airado contra la verdad concerniente a Jesús. Recorría el país prendiendo a hombres y mujeres y llevándolos a la prisión. Hablando de esto, dice, “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres”. Hechos 22:3, 4.
La familia humana está en dificultad debido a su transgresión de la ley del Padre. Pero Dios no deja al pecador hasta que le muestra el remedio para el mal. El unigénito Hijo de Dios ha muerto para que podamos vivir. El Señor ha aceptado este sacrificio en nuestro favor, como nuestro sustituto y garantía, bajo la condición de que recibamos a Cristo y creamos en él. El pecador debe ir a Cristo con fe, aferrarse de sus méritos, poner sus pecados sobre Aquel que los lleva y recibir su perdón. Debido a esto vino Cristo al mundo. Así se imputa la justicia de Cristo al pecador arrepentido que cree. Llega a ser miembro de la familia real, hijo del Rey celestial, heredero de Dios y coheredero con Cristo.
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