Advent Review y Sabbath Herald d. 03. diciembre 1889
La Necesidad de un Conocimiento más Profundo de DiosLa Necesidad de un Conocimiento más Profundo de Dios
Enoc anduvo con Dios. Pensaba como Dios. El profeta pregunta: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” Si pensamos como Dios, nuestra voluntad se sumergirá en la de Dios, e iremos a cualquier parte donde Dios nos dirija. Así como un niño amante pone su mano en la de su padre, y camina junto a él con plena confianza haya oscuridad o luz, así también los hijos de Dios deben andar con Jesús en tiempo de gozo o de aflicción, a la luz o en las sombras, en el camino de la vida.
El Señor nos ha encomendado la sagrada y solemne obra de presentar la verdad al mundo. Nos ha honrado inmensamente al darnos una parte activa en su causa, al permitirnos ser colaboradores con él. Si hemos de ser los siervos delegados de Dios, debemos caminar en la luz, para ser porta antorchas de quienes están en la oscuridad. Los seguidores de Cristo deben manifestar las características de su Señor ante el mundo. No deben descuidar su deber o dejar de prestarle la debida atención, ni tampoco deben ser indiferentes a su influencia, porque deben ser los representantes de Jesús en el mundo.
La Palabra de Dios ha servido como un poderoso hendedor para separar a los hijos de Dios de los del mundo. Al ser sacados de la cantera del mundo, son como piedras toscas, no preparadas para un lugar en el glorioso templo de Dios. Pero son llevadas al taller del Señor para ser cinceladas, esquinadas y pulidas, para que puedan convertirse en piedras preciosas aceptables. Esta obra de preparación para el templo celestial se lleva a cabo continuamente durante el tiempo de gracia. Naturalmente estarnos inclinados a seguir nuestra propia voluntad, pero cuando la gracia transformadora de Cristo se posesiona de nuestro corazón, la pregunta de nuestra alma es: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Hechos 9:6. Cuando el Espíritu de Dios obra dentro de nosotros, somos inducidos a desear y hacer la buena voluntad del Señor, y hay obediencia en el corazón y acción. Hay muchos que profesan ser seguidores del humilde y abnegado Jesús, pero encuentran difícil servir a Dios debido a que colocan su propia voluntad orgullosa en contra de la voluntad de Dios. Son egoístas y amadores del mundo, y quieren que todo se amolde a sus propios deseos y opiniones. Pero el lenguaje de toda alma que profesa el nombre de Cristo debe ser, “Todo lo que el Señor me ordenare, eso haré.”
Los que no andan con toda fe y pureza, se aterrorizan ante el pensamiento de presentarse delante de su Señor. No les gusta pensar o hablar de Dios. Dicen en su corazón y mediante sus acciones: “Aléjate de nosotros, oh Dios; no queremos el conocimiento de tus caminos”. Pero el verdadero cristiano, por la fe en Cristo, conoce cuáles son los pensamientos y cuál es la voluntad de Dios. Comprende por experiencia viva algo de la longitud, la profundidad, la anchura y la altura del amor de Dios que sobrepasa todo entendimiento. El alma que ama a Dios, se complace en obtener fuerza de él mediante una constante comunión con él. Cuando la conversación con Dios se convierte en el hábito del alma, se rompe el poder del diablo, porque Satanás no puede morar cerca del alma que está junto a Dios. Si Cristo es vuestro compañero, no tendréis pensamientos vanos e impuros; no os complaceréis en pronunciar palabras frívolas que afligirán al que ha sido el santificador de vuestra alma. Que cada embajador de Cristo albergue pensamientos puros, exprese palabras refinadas y manifieste un comportamiento cortés hacia todos con quienes se relaciona. La verdad nunca degrada a quien la recibe. La influencia de la verdad significará constante crecimiento y elevación espiritual sobre el que la acepta. No le hará basto y áspero en pensamiento, palabra, vestido o conducta. Los que son santificados por la verdad, son recomendaciones vivientes de su poder, y representantes de su Señor resucitado. La religión de Cristo refinará el gusto, santificará el juicio, elevará, purificará y ennoblecerá el alma, capacitando cada vez más al cristiano para la compañía de los ángeles celestiales.
Los cristianos deben ser la guardia de honor de Dios, que nunca se someterán al yugo del gran adversario de las almas, sino que obedecerán a Dios, recibiendo inspiración de Aquel a quien aman, que es alto y sublime. El alma que ama a Dios se eleva por encima de la niebla de la duda; obtiene una experiencia brillante, amplia, profunda y viviente y llega a ser humilde y semejante a Cristo. Su alma está dedicada a Dios, escondida con Cristo en Dios. Será capaz de soportar la prueba del abandono, el abuso y el desprecio, porque su Salvador sufrió todo eso. No se sentirá molesto ni se desanimará cuando sobrevengan las dificultades, porque Jesús no falló ni se desanimó. Todo cristiano será fuerte, no en la fortaleza y los méritos de sus buenas obras, sino en la justicia de Cristo que le es imputada por la fe. Es una gran cosa ser humilde y manso de corazón, puro y sin contaminación, tal como lo fue el Príncipe del cielo cuando anduvo entre los hombres.
Los que enseñan la verdad deben tener un conocimiento más profundo de la altura, la profundidad y la anchura de la longitud del perfecto amor de Dios. En la experiencia del cristiano habrá batallas que pelear contra el yo; pero en todos estos conflictos del alma puede elevarse en triunfal victoria, y ser más que vencedor sobre el mundo, la carne y el Diablo, en el nombre del Señor Jesucristo. Deberíamos tener una mayor comprensión de la consagración que Dios exige a los hombres que ha escogido como depositarios de su santa palabra. De ninguna manera deben ser descuidados. Una solemne responsabilidad descansa sobre ellos, ser ejemplos para el rebaño de Dios, y ante el mundo, en fe, palabra y carácter, de manera que adornen la doctrina de Cristo nuestro Salvador. Deben ser estrictamente puros y orar incesantemente para ser diligentes estudiosos de la Biblia. Dios les ha dado una mente y los poderes del raciocinio para que puedan buscar diligentemente las gemas de su verdad, éstas deben ser presentadas en todo su esplendor a las atribuladas almas de los hombres. Debieran derramar su alma ante Dios para ser llenados de la inspiración celestial. Debieran mantener pura la fuente del alma para que las fuentes que provienen de ella no estén contaminadas con el mal. Toda nuestra mente y alma debería estar embargada de la verdad para que podamos ser símbolos vivos de Cristo. Mis hermanos, Dios los llenará con su Santo Espíritu, ungiéndolos con el poder de lo alto. Laborad no para convertiros en grandes hombres, sino para llegar a ser hombres buenos y perfectos, que eleven las alabanzas en honor del que los llamo de las tinieblas a su luz admirable. Dios necesita Calebs y Josués osados, sencillos, que trabajen con fe y valor.
Todo aquel que es llamado por Dios para ministrar a su pueblo, mediante la gracia divina, ha de eliminar toda iniquidad de sí mismo para que sus palabras, su vida y su carácter señalen al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los siervos de Cristo deben poseer la sabiduría que viene de lo alto y que es “primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.” El apóstol dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada.”
Los ministros no se cualifican a sí mismos para su trabajo mediante un estudio profundo y diligente de la palabra de Dios. A menos que hagan esto, no pueden instruir a otros, y fallarán en presentar a todo hombre la perfección de Jesucristo. Muchos abarcan grandes áreas de verdad bíblica, pero no tratan de comprender el significado práctico de las profundas declaraciones divinas. La Biblia instruirá al cristiano sobre cómo debe comportarse ante el mundo. Los jóvenes que desean entregarse a la obra del ministerio, o que ya lo han hecho, debieran poner sus mentes a la tarea de investigar las Escrituras. Debieran cultivar hábitos de dominio propio y sencillez. Como Daniel, deben evitar vivir ostentosamente, sus cuerpos deben ser saludables y sus mentes despejadas, y Dios colocará su sello sobre ellos tal como lo hizo con sus siervos de antaño.
Dios le dio sabiduría a Daniel porque oró pidiéndola, y luego vivió su propia oración. Evitó todo lo que podría debilitar su fuerza física y mental, y luego entregó su alma y cuerpo a Dios, para ser usado para su gloria. Que los siervos de Dios llenen sus mentes en la casa del tesoro que es su palabra, para que puedan traer elementos nuevos y antiguos para alimentar al hambriento pueblo de Dios. La palabra de Dios es como una mina llena de oro precioso, y sus verdades serán la riqueza de la mente. “Luz está sembrada para el justo, y alegría para los rectos de corazón.” Las riquezas de esta mina están abiertas para todos; sus tesoros son inexhaustibles. Preciosas gemas de verdad yacen bajo la superficie, y cada hora de búsqueda será ricamente recompensada. Llene la mente con los principios del evangelio de Cristo; busque con arduo esfuerzo las riquezas ocultas en la palabra de Dios. Todo el cielo está observando lo que el hombre hará con estos preceptos y promesas de Jehová.
Los ministros que se aventuran a enseñar la verdad cuando sólo tienen un ligero conocimiento de la palabra de Dios, insultan su Santo Espíritu. Pero el que inicia con poco conocimiento y de una manera humilde dice lo que sabe, buscando diligentemente un mayor conocimiento, será cualificado para hacer una obra mayor. Todo el tesoro celestial espera su demanda. Cuanta más luz reúne para su propia alma, más de la iluminación celestial tendrá que impartir a otros; y así se convertirá en un canal de luz para el mundo, y fuerza del cielo le será dada, para resistir los poderes de las tinieblas, y ser más que vencedor por medio de Aquel que lo amó primero. Nadie puede encontrar alimento y crecimiento a menos que se alimente del pan de vida. La palabra de Dios es nuestro alimento espiritual; debemos tener hambre del pan del cielo, y sed del agua de vida. Debemos tener una mente más celestial. Cuanto más contemplamos la belleza incomparable de Cristo, más desearemos llegar a ser como Él, a quien nuestra alma ama. Cuanto más le conocemos, más alto será nuestro ideal de carácter, y cuanto más elevados seremos en el esfuerzo por alcanzar la norma perfecta.
Existe mucho fariseísmo entre nosotros. Muchos están satisfechos consigo mismos, con sus formas y ceremonias; pero los que están satisfechos con los logros humanos, no son agradables a la vista de Dios; porque Jesús se avergüenza de llamarlos hermanos. Siempre se están proponiendo hacer algo grande, pero nunca lo hacen; porque dependen de su propia fuerza, la cual es sólo como una caña rota. Tienen una visión borrosa de una vida cristiana más elevada, pero a medida que pasa el tiempo, se tornan más y más indiferentes, y están cada vez más lejos de alcanzarla. Si estas personas pusieran corazón, alma y fuerza en el trabajo de escudriñar cada día las Escrituras, Jesús se volvería para ellos santificación y justicia. Un nuevo poder vendrá a todo hombre que humildemente busque a Dios mediante una fe viva. Un elemento divino se combina con la humanidad cuando el alma busca a Dios, y el corazón anhelante puede decir, “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza.”
Si los ministros que participan en la obra sagrada de Dios buscaran las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, vivirían una vida más pura, más elevada; sabrían lo que significa “mirar y vivir”. No hay necesidad de la debilidad que existe en el ministerio hoy. El mensaje de la verdad que llevamos al mundo es todopoderoso. Hay mucho más implícito en la verdad presente de lo que muchos sueñan. Las mentes de muchos de ellos no se ponen a la tarea de estudiar para poder comprender los profundos asuntos de Dios; pero el yo y los hábitos de facilidad y pereza deben superarse, si queremos acercarnos a Dios, y que él se acerque a nosotros. Nuestras mentes deben emplearse al máximo, o no podremos obtener la profunda y rica experiencia que Dios está dispuesto a darnos. Cada ministro debe tratar de captar el significado de las palabras de Cristo: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”. Cristo es el ejemplo del ministro y éste debe obrar según las palabras del Salvador, y convertirse en un ejemplo para la iglesia de Dios.
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