Las Señales de los Tiempos (Signs of the Times) d. 12. diciembre 1892

de retorno

La entrega y la confesión

La entrega y la confesión

PERO no necesitamos entrar en una celda para arrepentimos del pecado, como lo hizo Lutero, ni que nos impongamos penitencias para expiar nuestra iniquidad, pensando que al hacer así, ganamos el favor de Dios. Se hace la pregunta: “¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Miqueas 6:7, 8. Dice el salmista: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmos 51:17. Juan escribe: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”. 1 Juan 1:9. La única razón por la que no tenemos remisión de los pecados es que no hemos reconocido a Aquel que fue herido por nuestras transgresiones, que fue traspasado por nuestros pecados. Por eso estamos en falta y en necesidad de misericordia. La confesión, que es la efusión de lo más íntimo del alma, llegará hasta el corazón de infinita piedad; pues el Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los de espíritu contrito.

Cuán equivocados están los que se imaginan que la 384confesión de los pecados menoscabará su dignidad y disminuirá su influencia entre sus prójimos. Aferrándose a esta errónea idea, aunque ven sus faltas, muchos dejan de confesarlas y más bien pasan por alto los errores que han cometido con otros, y así amargan su propia vida y proyectan sombras sobre las vidas de otros. El confesar vuestros pecados no dañará vuestra dignidad. Abandonad esa falsa dignidad. Caed sobre la Roca y sed quebrantados, y Cristo os dará la verdadera dignidad celestial. Que el orgullo, la estima propia, o la justicia propia no impidan a nadie que confiese sus pecados a fin de que pueda hacer suya la promesa: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Proverbios 28:13. No ocultéis nada de Dios ni descuidéis la confesión de vuestras faltas a vuestros hermanos. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Santiago 5:16. Más de un pecado es dejado sin confesar, y tendrá que hacerle frente el pecador en el día del ajuste final. Mucho mejor es hacer frente ahora a nuestros pecados, confesarlos y apartarnos de ellos, mientras intercede en nuestro favor el Sacrificio expiatorio. No dejéis de saber la voluntad de Dios en cuanto a este asunto. La salud de vuestra alma y la salvación de otros dependen de la forma en que procedáis en este asunto. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. 1 Pedro 5:6, 7. El humilde y quebrantado de corazón puede apreciar algo del amor de Dios y de la cruz del Calvario. Será amplia la bendición experimentada por aquel que satisface la condición por la cual puede llegar a ser participante del favor de Dios.

Hemos de entregar nuestro corazón a Dios para que 385pueda renovarnos y santificarnos, y prepararnos para los atrios celestiales. No hemos de esperar que llegue algún tiempo especial, sino que hoy hemos de entregarnos a él, rehusando ser siervos del pecado. ¿Os imagináis que podéis desprenderos del pecado poco a poco? ¡Oh, desprendeos de esa cosa maldita inmediatamente! Aborreced las cosas que aborrece Cristo, amad las cosas que ama Cristo. Por su muerte y sufrimiento, ¿acaso no ha provisto lo necesario para vuestra limpieza del pecado? Cuando comenzamos a comprender que somos pecadores, y caemos sobre la Roca para ser quebrantados, nos rodean los brazos eternos y somos colocados cerca del corazón de Jesús. Entonces seremos cautivados por su belleza y quedaremos disgustados con nuestra propia justicia. Necesitamos acercarnos a los pies de la cruz. Mientras más nos humillemos allí, más excelso nos parecerá el amor de Dios. La gracia y la justicia de Cristo no serán de utilidad para el que se siente sano, para el que piensa que es razonablemente bueno, que está contento con su propia condición. No hay lugar para Cristo en el corazón de aquel que no comprende su necesidad de luz y ayuda divinas.

Jesús dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Mateo 5:3. Hay plenitud de gracia en Dios, y podemos tener el espíritu y poder divinos en gran medida. No os alimentéis con las cáscaras de la justicia propia, sino id al Señor. El tiene el mejor manto para poneros y sus brazos están abiertos para recibiros. Cristo dirá: “Quitadle esas vestiduras viles, y vestidlo con ropas de gala”.

¿Pero esperaremos hasta que sintamos que estamos limpiados? No. Cristo ha prometido que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. Sois 386probados por Dios mediante la Palabra de Dios. No habéis de esperar emociones maravillosas antes de creer que Dios os ha oído. Los sentimientos no han de ser vuestra norma, pues las emociones son tan mutables como las nubes. Debéis tener algo sólido como fundamento de vuestra fe. La Palabra del Señor es una Palabra de infinito poder, en ella podéis confiar, y él ha dicho: “Pedid, y recibiréis”. Mirad al Calvario. ¿No ha dicho Cristo que es vuestro abogado? ¿No ha dicho que si pedís cualquier cosa en su nombre, la recibiréis? No habéis de depender de vuestra propia bondad o de vuestras buenas obras. Habéis de venir dependiendo del Sol de justicia, creyendo que Cristo ha quitado vuestros pecados y os ha imputado su justicia.

Habéis de venir a Dios como un pecador arrepentido, mediante el nombre de Jesús, el divino Abogado, a un Padre misericordioso y perdonador, creyendo que cumplirá lo que ha prometido. Todos los que deseen la bendición de Dios, llamen al trono de la misericordia y esperen con firme seguridad diciendo: “Tú, oh Señor, has dicho: ‘Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá’”. El Señor anhela que los que buscan a Dios crean en Aquel que puede hacer todas las cosas.

El Señor ha procurado mostrarnos cuán dispuesto está Dios para oír y contestar nuestro pedido, usando un hecho muy familiar y común. Dijo: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?” Mateo 7:9-11. Cristo nos hizo una exhortación acerca de la buena voluntad de Dios para ayudar, usando como argumento el amor natural de los padres hacia sus retoños. ¿Qué padre se apartaría de su hijo que le pide pan? ¿Deshonraría alguien a Dios imaginándose que no responderá al llamado de sus hijos? ¿Nos imaginaríamos que un padre es capaz de burlarse de su hijo y de atormentarlo despertando su expectativa tan sólo para chasquearlo? ¿Prometería un padre dar alimento bueno y nutritivo a su hijo, para darle luego una piedra? Si pues vosotros, siendo humanos y malos, dais buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en el cielo dará buenas cosas a los que se las piden? El Señor asegura que dará el Espíritu Santo a los que se lo piden.

Cristo mezcla su propia justicia con la confesión del pecador arrepentido y creyente para que la oración del hombre caído pueda ascender como incienso fragante delante del Padre y sea impartida la gracia de Dios al alma creyente. Jesús dice al alma arrepentida y trémula: “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”. Isaías 27:5. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Isaías 1:18. ¿Le permitiréis estar a cuenta con vosotros? ¿Le entregaréis el cuidado de vuestra alma como a un fiel Creador? Venid, pues, y vivamos a la luz de su rostro, y oremos como David: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve”. Salmos 51:7. Aplicad por fe la sangre de Cristo a vuestro corazón, pues sólo eso puede haceros más blancos que la nieve. Pero decís: “Esta entrega de todos mis ídolos quebrantará mi corazón”. Este renunciamiento a todo por causa de Dios está representado por vuestra caída sobre la Roca y por vuestro quebrantamiento. Renunciad pues a todo por él, porque a menos que seáis quebrantados, no tenéis valor.

Cuando os apartéis de las cisternas rotas que no pueden retener agua, y en el nombre de Jesús vuestro Abogado vayáis directamente a Dios para pedirle las cosas que necesitáis, será revelada la justicia de Cristo como vuestra 388justicia, la virtud de Cristo como vuestra virtud. Entonces comprenderéis que la justificación vendrá solamente por la fe en Cristo, pues en Jesús está revelada la perfección del carácter de Dios; en su vida está manifestada la realización de los principios de santidad. Mediante la sangre expiatoria de Cristo, el pecador es liberado del yugo y de la condenación; mediante la perfección del inmaculado Sustituto y Garantía, puede participar en la carrera de la humilde obediencia a todos los mandamientos de Dios. Sin Cristo, está bajo la condenación de la ley; siempre será pecador; pero mediante la fe en Cristo es hecho justo delante de Dios.

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