Las Señales de los Tiempos (Signs of the Times) d. 19. diciembre 1892

de retorno

Venid y buscad y encontrad

Venid y buscad y encontrad

Es imposible que el hombre se salve a sí mismo. Puede engañarse a sí mismo en cuanto a esto, pero no puede salvarse a sí mismo. Sólo la justicia de Cristo puede servir para su salvación, y éste es un don de Dios. Es el vestido de boda en el cual podéis aparecer como huéspedes bienvenidos en la cena de las bodas del Cordero. Que la fe se aferre de Cristo sin demora, y seréis una nueva criatura en Jesús, una luz para el mundo.

Cristo es llamado “Jehová, justicia nuestra”, y mediante la fe cada uno debería decir: “Jehová, justicia mía”. Cuando la fe se aferre de este don de Dios, la alabanza de Dios estará en nuestros labios y podremos decir a otros: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Entonces podremos hablar a los perdidos en cuanto al plan de salvación, [para decirles] que cuando el mundo yacía bajo la maldición del pecado, el Señor presentó condiciones de misericordia al pecador caído y sin esperanza, y reveló el valor y significado de su gracia. La gracia es un favor inmerecido. Los ángeles, que no saben nada del pecado, no comprenden qué significa que se les extienda la gracia, pero nuestra pecaminosidad demanda la 390dádiva de la gracia de un Dios misericordioso. Fue la gracia la que envió a nuestro Salvador a buscarnos, cuando éramos peregrinos, para llevarnos de vuelta al redil.

¿Tenéis el sentimiento de una necesidad en vuestra alma? ¿Tenéis hambre y sed de justicia? Entonces, esto es una evidencia de que Cristo está actuando en vuestro corazón y ha creado ese sentimiento de necesidad a fin de que pueda ser buscado para hacer por vosotros, mediante la dádiva de su Espíritu Santo, las cosas que es imposible que hagáis por vosotros mismos. El Señor no especifica condiciones, con la excepción de que tengáis hambre de su misericordia, deseéis su consejo y anheléis su amor. “¡Pedid!” Al pedir manifestáis que comprendéis vuestra necesidad, y si pedís con fe, recibiréis. El Señor ha empeñado su palabra, y ésta no puede fallar. El que sintáis y reconozcáis que sois pecadores es suficiente argumento para pedir la misericordia y compasión divinas. La condición para que podáis ir a Dios no es que seáis santos, sino que pidáis a Dios que os limpie de todo pecado y os purifique de toda iniquidad. Entonces, ¿por qué esperar más? ¿Por qué no aceptar literalmente la promesa de Dios y decir:

“Mi ser entero dóytelo: ¡no puedo más, Señor!”?

Si Satanás se presenta para proyectar su sombra entre vosotros y Dios, y os acusa de pecados, y os tienta a desconfiar de Dios y dudar de su misericordia, decid: No puedo permitir que mis debilidades se interpongan entre mí y Dios, porque él es mi fortaleza. Mis pecados, que son muchos, son puestos sobre Jesús, mi divino Sustituto y Sacrificio.

“Nada traigo en mis manos. Sólo de tu cruz me aferro”.
La Sra. de White cita aquí un himno que no tiene equivalente exacto en castellano, por lo que hemos traducido sus palabras. N. del T.

Nadie puede mirarse a sí mismo y encontrar algo en 391su carácter que lo recomiende ante Dios o haga segura su aceptación. Sólo mediante Jesús, a quien el Padre dio por la vida del mundo, puede encontrar acceso a Dios el pecador. Sólo Jesús es nuestro Redentor, nuestro Abogado y Mediador. Nuestra única esperanza de perdón, paz y justicia está en él. En virtud de la sangre de Cristo, el alma herida de pecado puede ser restaurada a la salud. Cristo es la fragancia, el incienso santo que hace aceptables nuestras peticiones ante el Padre. Por lo tanto, podéis decir:

“Tal como soy de pecador, sin otra fianza que tu amor, a tu llamada vengo a ti, Cordero de Dios, heme aquí”.

Ir a Cristo no requiere duro esfuerzo mental y agonía. Es sencillamente aceptar las condiciones de la salvación que Dios explica en su Palabra. La bendición es gratuita para todos. La invitación es: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura”. Isaías 55:1, 2.

Venid, pues, buscad y encontraréis. El depósito de poder está abierto, es pleno y gratuito. Venid con corazón humilde, sin pensar que debéis hacer alguna buena obra para merecer el favor de Dios, o que debéis haceros mejores antes de que podáis venir a Cristo. Sois impotentes para hacer el bien y no podéis mejorar vuestra condición. Fuera de Cristo no tenéis ningún mérito, ninguna justicia. Nuestra pecaminosidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección humana hacen imposible que aparezcamos delante 392de Dios a menos que seamos revestidos con la justicia inmaculada de Cristo. Hemos de ser hallados en él sin tener nuestra propia justicia, sino la justicia que es en Cristo. Luego, en el nombre que está por encima de todo nombre, el único nombre dado a los hombres por el que podamos ser salvos, reclamad la promesa de Dios diciendo: “Señor, perdona mi pecado. Pongo mis manos en las tuyas en procura de ayuda, y debo recibirla, o perezco. Ahora creo”. El Salvador dice al pecador arrepentido: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6), “y al que a mí viene, no le echo fuera”. Juan 6:37. “Yo soy tu salvación”. Salmos 35:3.

Cuando respondéis a la atracción de Cristo y os unís con él, manifestáis fe salvadora. Tiene poco valor hablar incidentalmente de cosas religiosas y orar en procura de bendiciones espirituales sin tener una verdadera sed en el alma y sin fe viviente. La muchedumbre expectante que se apretujaba en torno de Jesús no experimentó un acrecentamiento de poder vital debido al contacto. Pero cuando la pobre mujer doliente, que durante doce años había estado inválida, en su gran necesidad extendió su mano y tocó la orla del vestido de Cristo, sintió el poder sanador. El toque de la fe fue de ella, y Cristo reconoció ese toque. Sabía que había salido poder de él y, volviéndose entre la multitud, preguntó: “¿Quién es el que me ha tocado?” Lucas 8:45. Sorprendidos ante tal pregunta, respondieron los discípulos: “Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Lucas 8:45-48. La fe que sirve para ponernos en contacto vital 393con Cristo expresa de nuestra parte una suprema preferencia, perfecta confianza, entera consagración. Esta fe obra por el amor y purifica el alma. Obra en la vida del seguidor de Cristo la verdadera obediencia a los mandamientos de Dios, pues el amor a Dios y el amor al hombre serán el resultado de la relación vital con Cristo. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Romanos 8:9.

Jesús dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. Juan 15:5. ¿Podemos concebir una relación más íntima que la que esto implica? Las fibras de la rama son idénticas a las de la vid. Es libre y constante la comunicación de vida, energía y nutrición del tronco a las ramas. La raíz envía su alimento por las ramas. Tal es la relación del creyente con Cristo, si habita en Cristo y obtiene de él su alimento. Pero la relación espiritual entre Cristo y el alma se puede establecer únicamente mediante el ejercicio de la fe personal. “Sin fe es imposible agradar a Dios”. Hebreos 11:6. Es la fe la que nos conecta con el poder del cielo y nos proporciona fuerza para hacer frente a los poderes de las tinieblas. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. 1 Juan 5:4. La fe familiariza al alma con la existencia y la presencia de Dios, y, viviendo completamente para la gloria de Dios, discernimos más y más la belleza del carácter divino, la excelencia de su gracia. Nuestras almas se robustecen con poder espiritual, pues respiramos la atmósfera del cielo, y comprendiendo que Dios está a nuestra diestra, no seremos conmovidos. Nos elevamos por encima del mundo contemplando a Aquel que es el principal entre diez mil y todo él codiciable, y al contemplarlo, somos transformados a su imagen.

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