Las Señales de los Tiempos (Signs of the Times) d. 26. diciembre 1892

de retorno

Unidos con la vid divina

Unidos con la vid divina

“SI ALGUNO está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Corintios 5:17. Únicamente el poder divino puede regenerar el corazón humano e imbuir a las almas con el amor de Cristo, lo cual siempre se manifestará en forma de amor hacia aquellos por quienes él murió. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, tolerancia, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Cuando un hombre se convierte a Dios, adquiere un nuevo gusto moral, le es dada una nueva fuerza motriz y ama las cosas que Dios ama, pues su vida está unida con la vida de Jesús mediante la cadena áurea de las inmutables promesas. Amor, gozo, paz y gratitud inexpresable saturarán el alma, y el lenguaje de la persona bendecida será: “Tu benignidad me ha engrandecido”. Salmos 18:35.

Pero se chasquearán los que esperan contemplar un cambio mágico en su carácter sin que haya un esfuerzo decidido de su parte para vencer el pecado. Mientras contemplemos a Jesús, no tendremos razón para temer, no tendremos razón para dudar que Cristo es capaz de salvar hasta lo último a todos los que acuden a él. Pero podemos temer constantemente, para que nuestra vieja naturaleza no gane otra vez la supremacía, no sea que el enemigo invente alguna trampa por la cual seamos otra vez sus cautivos. Hemos de ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor, pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el hacer su buena voluntad. Con nuestras facultades limitadas, hemos de ser tan santos en nuestra esfera como Dios es santo en la suya. Hasta donde alcance nuestra capacidad, hemos de manifestar la verdad, el amor y la excelencia del carácter divino. Así como la cera recibe la impresión del sello, así el alma ha de recibir la impresión del Espíritu de Dios y ha de retener la imagen de Cristo.

Hemos de crecer diariamente en belleza espiritual. Fracasaremos con frecuencia en nuestros esfuerzos de imitar el modelo divino. Con frecuencia tendremos que prosternarnos para llorar a los pies de Jesús debido a nuestras faltas y errores, pero no hemos de desanimarnos. Hemos de orar más fervientemente, creer más plenamente y tratar otra vez, con mayor firmeza, de crecer a la semejanza de nuestro Señor. Al desconfiar de nuestro propio poder, confiaremos en el poder de nuestro Redentor y daremos alabanza al Señor, quien es la salud de nuestro rostro y nuestro Dios.

Siempre que hay unión con Cristo, hay amor. No valen nada cualesquiera sean los otros frutos que demos, si falta el amor. El amor a Dios y a nuestros prójimos es la misma esencia de nuestra religión. Nadie puede amar a Cristo sin amar a los hijos de él. Cuando estamos unidos con Cristo, tenemos la mente de Cristo. La pureza y el amor brillan en el carácter, la humildad y la verdad rigen la vida. La misma expresión del rostro es cambiada. Cristo, que habita en el alma, ejerce un poder transformador, y el aspecto externo da testimonio de la paz y del gozo que reinan en lo interior. Bebemos del amor de Cristo así como la rama obtiene su alimento de la vid. Si estamos injertados en Cristo, si fibra tras fibra hemos sido unidos con la Vid viviente, daremos evidencias de ese hecho dando ricos racimos de fruto viviente. Si estamos conectados con la Luz, seremos conductos de luz y reflejaremos la luz al mundo en nuestras palabras y obras. Los que son verdaderamente cristianos están unidos con la cadena de amor que une a la tierra con el cielo, que une al hombre finito con el Dios infinito. La luz que brilla en el rostro de Jesús brilla en el corazón de sus seguidores para la gloria de Dios.

Contemplando hemos de llegar a ser transformados, y cuando meditemos en la perfección del Modelo divino, desearemos llegar a ser plenamente transformados y renovados a la imagen de su pureza. Por fe en el Hijo de Dios se lleva a cabo la transformación en el carácter, y el hijo de la ira llega a ser el hijo de Dios. Pasa de muerte a vida; llega a ser espiritual y discierne las cosas espirituales. La sabiduría de Dios le ilumina la mente, y contempla cosas maravillosas que provienen de la ley divina. Cuando un hombre es convertido por la verdad, prosigue la obra de transformación del carácter. Tiene una medida aumentada de entendimiento. Al convertirse en un hombre que obedece a Dios, tiene la mente de Cristo y la voluntad de Dios se convierte en su voluntad.

El que se coloque sin reservas bajo la dirección del Espíritu de Dios encontrará que su mente se expande y se desarrolla. Obtiene una educación en el servicio de Dios que no es unilateral ni deficiente. No desarrolla un carácter unilateral sino uno que es simétrico y completo. Debilidades que se han manifestado en una voluntad vacilante y un carácter sin energía son vencidas, pues la consagración continua y la piedad colocan al hombre en una relación tan íntima con Cristo, que tiene la mente de Cristo. Es uno con Cristo, al tener principios sanos y sólidos. Su percepción es clara y manifiesta esa sabiduría que procede de Dios. Dice Santiago: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”. Santiago 3:13. “La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. Santiago 3:17, 18. Esta es la sabiduría manifestada por aquel que toma el cáliz de la salvación e implora en el nombre del Señor. Esta salvación, que ofrece perdón al transgresor, le presenta la justicia que soportará el examen del Omnisapiente, da victoria sobre el poderoso enemigo de Dios y del hombre, le proporciona vida eterna y gozo al que la recibe, y bien puede ser un tema de regocijo para los humildes que oyen de ella y se regocijan.

La bella parábola que presentó Cristo de la oveja perdida, del pastor que dejó a las noventa y nueve para ir en busca de la que estaba perdida, ilustra la obra de Cristo, la condición del pecador y el regocijo del universo por la salvación del alma. El pastor no consideró descuidadamente a la oveja y dijo: “Tengo noventa y nueve, y me costará demasiada molestia ir en busca de la extraviada. Que regrese, y le abriré la puerta del redil para que pueda entrar, pero no puedo ir en su búsqueda”. No. Tan pronto como se descarría la oveja, el rostro del pastor se llena de dolor y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y cuando está cierto de que está perdida una oveja, no dormita. Deja a las noventa y nueve dentro del redil, y no importa que la noche sea oscura y tempestuosa, no importa cuán peligroso y desagradable sea el camino, no importa cuán largo y tedioso el servicio, no se cansa, no vacila hasta que encuentra a la perdida. Y cuando la encuentra, coloca sobre sus hombros a la fatigada y exhausta oveja y, con alegre gratitud porque su búsqueda no ha sido en vano, lleva a la extraviada al redil. Su gratitud se expresa en melodiosos cánticos de regocijo, y llama a sus amigos y vecinos para decirles: “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”. Lucas 15:6. Así también, cuando un extraviado es encontrado por el gran Pastor de las ovejas, los ángeles celestiales responden a la nota de gozo del Pastor. Cuando el perdido es encontrado, el cielo y la tierra se unen en agradecimiento y regocijo. “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. Lucas 15:7.

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